Thon au riz
Thon au riz
Sobre la mesa coloqué un maravilloso atún con arroz, no era la primera vez que lo había preparado, ni en la semana ni en el mes y ahora tan solo faltaba añadir el limón. El atún todavía seguía en su lata, sumergido en el miasma que era su aceite, y el arroz blanco y puro yacía sobre el mismo plato junto a la lata.
Dejé la última pieza sobre la mesa, el maravilloso limón, con quien el destino me había
concretado una audiencia, siendo cultivado en tiempos remotos en la región de Assam y traído hasta mí, un par de siglos antes de mi nacimiento, en barco, por los conquistadores españoles. Con todos los materiales reunidos tomé mi tenedor y comencé a apuñalar el atún en su lata, desgarrando como cualquier bestia los tejidos del animal que alguna vez fue (probablemente algún pez del género Thunnus junto a otros misterios que solo sabe la compañía que los produce y algunos paranoicos que han teorizado al respecto). Una vez terminado dejé los restos en el arroz. Apresuradamente deseché la lata (pues su propósito ya ha sido cumplido) y pronto comencé a embadurnarlo de la panacea cítrica del limón.
El festín prosiguió , atún con arroz nos volveremos a ver.
El festín prosiguió pues el sustento de unos requiere la corrupción de otros (mi querido atún). El festín prosiguió, pero sabía que iba a terminar.
El primer bocado fue conmovedor, el arroz convertido en un Apolo de cabellos hechos de esquirlas de atún y lágrimas de limón me transportó a mi tierna niñez, durante los tiempos antes de que se evitara y se temiera al mercurio en pescados y mariscos, pasaba mis días bebiendo el néctar del sabroso hígado de bacalao, sin obedecer las contraindicaciones e ignorando los malestares, me sentaba en los andenes de la calle o en la azotea con botella en mano a tomar sorbos mientras otros miraban con desagrado. Pronto mis gustos maduraron para sorpresa de los demás, dejando atrás el aceite (la famosa emulsión de scott) en conjunto con mi familia y escuela, para dedicarme a mi sustento y única existencia.
Simón Díaz Monroy
Sobre la mesa coloque un maravilloso atún con arroz, no era la primera vez que lo había preparado, ni en la semana ni en el mes y ahora tan solo faltaba colocar el limón. El atún todavía seguía en su lata, sumergido en el miasma que era su aceite, y el arroz blanco y puro yacía sobre el mismo plato junto a la lata.
Dejé la última pieza sobre la mesa, el maravilloso limón, con quien el destino me había
concretado una audiencia, siendo cultivado en tiempos remotos en la región de Assam y traído hasta mí, un par de siglos antes de mi nacimiento, en barco, por los conquistadores españoles. Con todos los materiales reunidos tomé mi tenedor y comencé a apuñalar el atún en su lata, desgarrando como cualquier bestia los tejidos del animal que alguna vez fue (probablemente algún pez del género Thunnus junto a otros misterios que solo sabe la compañía que los produce y algunos paranoicos que han teorizado al respecto). Una vez terminado dejé los restos en el arroz. Apresuradamente deseché la lata (pues su propósito ya ha sido cumplido) y pronto comencé a embadurnarlo de la panacea cítrica del limón.
El festín prosiguió , atún con arroz nos volveremos a ver.
El festín prosiguió pues el sustento de unos requiere la corrupción de otros (mi querido atún). El festín prosiguió, pero sabía que iba a terminar.
El primer bocado fue conmovedor, el arroz convertido en un Apolo de cabellos hechos de esquirlas de atún y lágrimas de limón me transportó a mi tierna niñez, durante los tiempos antes de que se evitara y se temiera al mercurio en pescados y mariscos, pasaba mis días bebiendo el néctar del sabroso hígado de bacalao, sin obedecer las contraindicaciones e ignorando los malestares, me sentaba en los andenes de la calle o en la azotea con botella en mano a tomar sorbos mientras otros miraban con desagrado. Pronto mis gustos maduraron para sorpresa de los demás, dejando atrás el aceite (la famosa emulsión de scott) en conjunto con mi familia y escuela, para dedicarme a mi sustento y única existencia.
Simón Díaz Monroy